La arquitectura brutalista ha resurgido en la última década como una respuesta a las demandas contemporáneas de sostenibilidad y autenticidad. Las estructuras de hormigón armado, con sus formas audaces y su honestidad material, no solo imponen su presencia visual, sino que también ofrecen una rica experiencia sensorial. En el ámbito de Buenos Aires, la interacción del usuario con estas edificaciones se manifiesta en una percepción táctil y térmica que merece ser analizada con profundidad. Este artículo examina cómo el brutalismo, a través de sus texturas y temperaturas, redefine la relación entre el espacio construido y sus ocupantes, convirtiendo la experiencia arquitectónica en un fenómeno multisensorial.
Los materiales característicos del brutalismo, como el hormigón expuesto y el acero, poseen cualidades térmicas que influyen significativamente en la percepción del ambiente. En climas cálidos como el de Buenos Aires, la masa térmica del hormigón puede absorber y almacenar calor, generando una sensación de frescura durante las horas más calurosas del día. Esto contrasta con la frialdad inicial que pueden transmitir, lo que provoca una interacción compleja donde el usuario debe adaptarse a las condiciones cambiantes del espacio. Además, el acabado rugoso del hormigón, en contraposición a las superficies lisas de materiales más contemporáneos, invita a ser tocado, proporcionando una conexión física que enriquece la experiencia del usuario. Este fenómeno se podría observar en edificios emblemáticos como la Biblioteca Nacional Mariano Moreno, donde los visitantes no solo son espectadores, sino participantes activos en el proceso de experimentación sensorial, integrando así el brutalismo en un diálogo dinámico con la ciudad y sus habitantes.