Mientras los ecos de asistentes de voz y sistemas automatizados resuenan con fuerza en el corazón de nuestras metrópolis, una realidad diferente se palpa a medida que uno se aleja del asfalto. El concepto de ‘hogar inteligente’, que en ciudades como Buenos Aires o Rosario se percibe casi como un estándar para nuevas construcciones, encuentra obstáculos significativos cuando intenta asentarse en entornos rurales. La promesa de eficiencia y confort que la domótica ofrece se ve confrontada por una serie de desafíos estructurales y económicos que ralentizan su adopción más allá de los centros urbanos en pleno 2025.
El principal escollo radica en la conectividad. En 2025, la brecha digital entre lo urbano y lo rural persiste. En Buenos Aires y Córdoba, por ejemplo, la penetración de fibra óptica supera el 70% en muchas zonas, facilitando la adopción de ecosistemas domóticos complejos que dependen de una banda ancha estable. Sin embargo, en áreas rurales de provincias como Santiago del Estero o Chubut, la cobertura de internet de banda ancha fiable puede caer por debajo del 30%, y a menudo se limita a conexiones satelitales más costosas y con mayor latencia, inadecuadas para la operación fluida de múltiples dispositivos interconectados. A esto se suman los desafíos energéticos: la inestabilidad del suministro eléctrico en zonas apartadas requiere inversiones adicionales en sistemas de respaldo, encareciendo la implementación y mantenimiento de soluciones domóticas. La escasez de técnicos especializados en estas regiones también eleva los costos de instalación y soporte, haciendo que el acceso a la tecnología inteligente sea un lujo para pocos, muy distinto a la disponibilidad casi inmediata en ciudades clave.
Desde una perspectiva urbana, la domótica se presenta como una evolución natural del hogar. No obstante, al analizar el panorama rural, queda claro que la democratización de estas tecnologías requiere un abordaje integral. Para que la promesa de los hogares inteligentes alcance cada rincón del territorio, se requiere un compromiso sostenido en inversión de infraestructura de telecomunicaciones y energía, así como el fomento de la capacitación técnica local. Solo así, la brecha geográfica que hoy delimita la adopción domótica podrá empezar a cerrarse, permitiendo que la funcionalidad y la comodidad no sean exclusivas de los grandes centros poblacionales.